El coraje iluminó el viejo mundo con la nueva luz.

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domingo, 2 de octubre de 2011

Cuestión de educación.

Familia de India.
    Hay muchas actitudes que se aprenden siendo niño y no se olvidan nunca. La mayoría de ellas se extraen, sin ni siquiera saberlo, del entorno, de la familia, de la sociedad. Nuestros hijos aprenden de lo que les decimos, aprenden más de lo que hacemos y, sobre todo, aprenden de lo que somos. De nada sirve decirle al niño que no tire el papel al suelo si constantemente ve a su alrededor adultos tirarlos sin reparos.

    Quien haya viajado un poco fuera de las fronteras del país que le vio nacer se habrá dado cuanta de cuán diferentes somos. Pondré tres ejemplos vividos en primera persona.

    El primero de ellos lo vi en Noruega. Cuando circulábamos por el interior del país, me sorprendió ver pequeñas mesas con cestas llenas de fresas. Tenían escrito el precio en un cartón y nadie las vigilaba, estando las casas más cercanas lo suficientemente alejadas como para no poder hacer nada si el que detenía su coche junto al puesto se marchaba sin pagar. Pues aunque para un ciudadano de cultura mediterránea sea difícil de entender, allí estaban no sólo las fresas, sino la cajita con el dinero depositado por otros que pasaron por allí antes que yo, cogieron sus fresas y pagaron éticamente.

    El segundo fue a las afueras de Amsterdam. Desde la ventanilla del autobús que nos llevó a Voldam, pude ver casas preciosas con su jardín perfectamente cuidado, sus mesas y sillas de madera, su plantas y demás mobiliario y sus vallas que lo rodeaban de … ¡¡ unos 40 ó 50 centímetros de altura !!. Y allí estaban. ¿Alguien se imagina cuánto duraría todo eso en cualquiera de las urbanizaciones de las afueras de, por ejemplo, Madrid?.

    Y el tercero, y sin duda el que más me ha marcado, lo viví en India, en la región del Rajastan. Alquilamos un coche con conductor y eso tiene la ventaja de poder parar cuándo y dónde te apetezca. Vimos una familia trabajando en el campo, la familia de la foto que ilustra esta entrada, y le pedí parar porque tenía curiosidad por ver que llevaban para comer en unos curiosos recipientes parecidos a los termos que utilizamos en España para mantener la comida fría o caliente. Estaban los padres y dos niños. El conductor nos servía de intérprete y nos dijeron que trabajaban casi de sol a sol. Les pedimos por favor si nos podían enseñar que llevaban en ese recipiente y nos enseñaron su comida para todo el día. Eran unas pocas legumbres y unas chapatis, una especie de tortas de pan muy finas muy comunes por toda aquella zona. Nos sorprendió mucho ver lo poco que tenían para pasar el día bajo un sol inclemente y una humedad altísima que hacía mucho más penoso su trabajo. Pero aún más nos sorprendió lo que ocurrió después. Tras darles las gracias por su explicación y despedirnos, nos dirigimos al coche y oímos que nos llamaban y dijeron algo que, lógicamente, no entendimos. Cuando nos lo tradujo el conductor, nos quedamos de piedra. Estaban sorprendidos porque pensaban que nos íbamos a quedar con ellos, y estaban dispuestos a compartir lo poquísimo que tenían (a ojos de un occidental), con nosotros. En su cultura, la hospitalidad está por encima de todo. Incluso por encima del hambre.

    Todas estas actitudes estoy seguro que se graban a fuego en la infancia. Por supuesto, hay excepciones como para todo en la vida, pero si se aprendieron siendo joven, uno se las lleva consigo a la tumba. Y, de igual manera, si no se aprendieron, costará mucho más hacerlas de manera natural. Y eso es lo que preocupa y entristece al mirar la sociedad en la que vivimos. La mayoría de la gente parece crispada. Es curioso ver como mucha gente se ha olvidado de pensar por su cuenta y se limitan a colocarse en un bando y a seguir a su líder pase lo que pase y diga lo que diga. Y da igual que se trate de fútbol, política, religión o cualquier otro aspecto de la vida.

    Si se publica un comentario de algún personaje notorio en la prensa, la gente lo primero que mira es quién lo ha dicho para saber si está a favor o en contra. Lo que dijera, importa menos. Si quién lo dijo es de su lado, está de acuerdo, faltaría más. Y si lo dijo el de enfrente, no podrá estar más en desacuerdo. Por supuesto, de fútbol ni hablamos. Tiene que haber una patada que le produzca una fractura abierta de tibia y peroné al contrario para que el forofo admita que cabe cierta duda en si fue penalti o no. Aunque, por supuesto, muy claro no quedó.

    Y cada vez estoy más convencido de que todo esto se debe a que de pequeños no se les enseñó a pensar lo suficiente por su cuenta. Se sustituyen las tertulias familiares en la cena por la mirada hipnotizada al televisor. Los juegos con los amigos al enganche a la consola. Los libros por los juegos de ordenador. Los documentales educativos por las tertulias de telebasura en la que la educación brilla por su ausencia y gana el que más grita. Es el triunfo de la mala educación que se traslada al resto de la vida. Tristemente, en cualquier reunión mal moderada, ganará el que más grite, más interrumpa y más mala educación demuestre. Al educado, no acostumbrado a eso, le hará imposible exponer sus ideas interrumpiéndole constantemente, y el resto de la audiencia, no se atreverá a opinar por miedo a ser el nuevo objetivo del violento. Y eso sí, nunca discutas con una persona de mala educación, porque te hará descender a su nivel y ahí te ganará por experiencia. Eso supongo que todos lo hemos vivido alguna vez. Desgraciadamente, vivimos en una sociedad en la que tu vecino te dice sin ninguna vergüenza que cobra parte de su sueldo “en negro” o que él siempre que puede no pide factura y se ahorra impuestos. Hace tiempo me dijeron que el español es el único que si le cobran de menos en la comida, no sólo no dice nada sino que encima al día siguiente presume de ello en el trabajo. El problema es que todo lo que esa gente deja de pagar, lo tienen que pagar los “educados”.

    Por eso se tendría que dar mucho más valor a la educación en valores en la infancia. Y no sólo en el colegio, sino también en cada casa, en cada familia o en los medios de comunicación. En definitiva, en toda la sociedad.
   
    Apaguemos la televisión. Volvamos a charlar en familia y a preguntarnos cómo nos fue el día. Volvamos a salir al campo e incitémosles a inventarse sus propios juegos. Volvamos a disfrutar con la lectura de un buen libro y ellos nos imitarán. Porque cómo sean en el futuro nuestros jóvenes dependerá de lo que hayan aprendido en su niñez. Y cuando veamos lo que cuesta dar esa buena educación a nuestros hijos, nos daremos cuenta de la deuda que tenemos pendiente con nuestros padres.

    Cuestión de educación.

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    Otras reflexiones:

6 comentarios:

  1. Es curioso como acabas, siempre escuche de boca de mi abuela: "El que no tiene hijos no paga la deuda que debe" y que cierto es.
    Me ha gustado mucho tu pequeño artículo, los que pensamos como tú seguiremos poniendo nuestro granito de arena aunque solo sea en casa. Saludos yolanda

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  2. Gracias Yolanda. Si todos hicieran lo mismo que tú, granito a granito, conseguiríamos conseguir un mundo mucho mejor.

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  3. Estoy de acuerdo contigo, la educación hace tiempo que brilla por su ausencia. La base siempre es lo que ves en tu familia y en la mía la educación era algo innato. En la actualidad el pedir perdon se ha sustituido por el empujón y el que más pueda. Hecho en falta cuando antes se podia conversar y la gente se paraba a escucharte. Ahora sólo habla el que grita más y claro yo no estoy educada en ese sentido, por lo que mis palabras acaban donde empiezan los gritos de los otros. Espero saber transmitirselo a mi hija. Besos. Mar

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  4. Muchas gracias por el comentario, Mar. Tienes toda la razón, y estoy seguro de que conseguirás transmitírselo a tu hija.

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  5. Me ha gustado muchísimo blog.

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  6. Muy actual. Bien escrito.

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